Tuve que recurrir a la memoria externa y las fotos más antiguas de mi vida. Me encontré con las primeras selfies que me tomé. Tenía unos 12 o 13 años y fue con uno de mis primeros celulares-- recordaran el Nokia 3220 que tenía lucecitas de los lados--. Abrí las fotos y al verlas poco a poco mientras leía las nomenclaturas de cada una, recordé no sólo cómo me sentía en esa época sino cómo era mi percepción de mí misma.
Me sentía bastante fea, y la verdad es que no lo era del todo. Sí tenía una nariz más gruesa y somatizaba esta necesidad de que nadie se me acercara por medio de los granitos que me salían por toda la cara; por supuesto que los cambios hormonales tampoco ayudaban mucho a mi situación dermal. Me molestaba mi entonces recién descubierta panza que era tierna cuando niña pero me estorbaba como puberta. Era demasiado consciente de mi cuerpo en razón de lo que consideraba defectos. Odiaba mis senos y mis glúteos muy a pesar de que mis tías y mamá se encargaban de repetirme que algún día los amaría y agradecería. Y como si yo sóla no fuera lo suficientemente buena para criticarme, obtuve en la secundaria la ayuda de una pubertilla acomplejada que se encargaba de recordarme todos los defectos físicos que podía apreciar en mí. Me dolió pensar en todo el tiempo que tardé para empezar a defenderme.

Después de la incómoda regresión, seguí avanzando en las fotos y vi mi cambio gradual: la primera vez que me maquillé con éxito, las primeras fotos sensuales que me tomé y la primera vez que traté de lograr lucir un bonito escote en una foto. Y la realidad es que entre tanto tiempo que recorrían esas fotos, no puedo identificar en qué punto me dejé de odiar. En qué punto dejé de tratar de lucir bonita en una foto para por fin sentirme bonita desde la toma. En qué punto abracé de nuevo esa sensualidad inherente que tanto se me inculcó disfrutar desde niña. Unos registros tan mundanos como lo son los de las selfies me llevaron por un recorrido de mi propia historia conmigo misma. Cada una de esas fotos representa un momento que me dediqué sólo a mí. No sé en qué punto me fui aceptando, pero me pedí perdón por todos esos años en los que honestamente, no fui la mejor de las personas para conmigo. Dejé de buscar mis imperfecciones, como la sociedad me programó y comencé a halagarme por aquellas características físicas que me gustaban de mí. Y encontré por fin esa belleza en mí que con tanta emoción quiso mostrarme mi mamá ese día.
Al día de hoy, ya no me cubro cuando alguien grita "¡Foto!", ya no me odio cuando veo una "mala foto" mía-- puedo odiar el gesto, el ángulo, pero ya nunca más a mí misma. Ya tengo más días buenos. Ya me gusta lo que el espejo me muestra. Si un día me siento muy bella, puedo subir hasta 6 selfies seguidas de tanto que me gusté; y aunque muchos sólo ven ego en ello, yo veo progreso en mi autoamor, yo veo autoaceptación, yo veo paz con mi cuerpo, yo me veo a mí tal cual soy y me amo locamente.
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