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miércoles, 9 de marzo de 2016
Primaria Casual Ep. 2 o de cómo acabamos tan dañados
Desde muy chiquita mi mamá me inculcó siempre decir lo que pensaba. Suena muy bonito pero tantas veces me ha resultado ser un arma de dos filos. Además, yo siempre fui el tipo de niña que tenía excelente comunicación con su mamá y no tenía problema en contarle todo lo que pasaba en mi escuela, lo que mis compañeros me contaban y lo que yo observaba que pasaba a escondidas. En perspectiva fue bastante bueno pues permitió que ella me diera una educación sin prejuicios y me fuera guiando por las mejores situaciones para mí. También me salía contraproducente cuando me esperaba todo el día para llegar a contarle algo que había pasado y me parecía muy gracioso para acabar recibiendo un megasermón de por qué no sólo no tenía gracia sino que estaba mal. Todos formamos nuestro superyó con base en nuestros padres y por ello no es de extrañarse que de vez en cuando tentáramos el terreno antes de contarles algo.
Igual debo mencionar por fines narrativos que mi mamá nunca me permitió adoptar una postura pasiva ante la vida y o que pasaba alrededor de mí. Alguna vez en el kinder, una niña me molestaba y "se robaba a mi mejor amiga"; ante lo que mi mamá me amenazó que si se volvía a enterar que me dejaba pegar, ella me iba a pegar a mí. A los dos días de esta sentencia y en cuanto la niña en cuestión me empezó a molestar me le lancé encima y la mordí en el brazo tan fuerte y tan prolongadamente hasta que el sabor de un poco de hierro en la boca me asqueó y me hizo soltarla. Tiempos urgentes requieren medidas urgentes...o algo así. Ese día cuando llegó por mí me regañó enfrente de las maestras pero me hizo una seña de que me callara cuando estaba a punto de reclamarle. Apenas doblamos la esquina de la calle, me felicitó y me compró un helado, sin saber que me estaba condicionando a ser la pedera en que me convertí.
En fin,todavía no cumplía un año de estar en esa "nueva primaria" cuando conocí a una maestra de educación física que a primera impresión no me causó ninguna molestia. Si llegaba a tener roces con ella porque yo nunca quería correr, jugar o lo que sea que quería que hiciéramos para sudar, pero de ahí en fuera, nada particular. Todo iba bien hasta que un día nos explicó que formaríamos como siempre dos equipos, pero que esta vez el equipo perdedor recibiría un castigo. Para mí eso era una súper joda porque el sólo tener que jugar ya era castigo para mí. Prefería el avioncito, el elástico, lo que fuera, pero nada que tuviera que ver con juegos donde pudiera ser empujada o tuviera que empujar. La mayoría estaba muy emocionado por competir y no perder, pero sobre todo porque querían ver cuál era el castigo para el equipo perdedor, esto porque #niños, #crueldad, #competitivosamorir. El caso es que acabando el juego resultó que me encontraba en el equipo ganador. La maestra entonces nos pidió a los del equipo ganador que formáramos dos filas de niños y niñas. Al equipo perdedor le pidió que formara una fila y les explicó que tendrían que pasar entre todos nosotros lo más rápido posible librando nuestras nalgadas. Muchos nos volteamos a ver entre risas nerviosas pero cuando pasó el primer chico, me di cuenta que todos lo golpeaban más bien en la espalda, así que el juego no se me hizo, de momento, tan descabellado. Después de que la maestra se dio cuenta que la daba golpes en la espalda, nos siguió invitando a que lo hiciéramos en las nalgas. La Ceci pedera-necia de 8 años le dio el avión y siguió dando palmadas en la espalda pero uno que otro morrito valemadres procedió a ejercer todo el peso del "Nalgómetro", como ella lo llamaba. Pasaron varias clases y por alguna razón, se me pasaba contárselo a mi mamá; aunque evidentemente hubo un cambio en mí porque al menos ya no me despreocupaba tanto perder, le echaba muchas ganas porque me daba asco el tener que dejar que todo el salón me nalgueara.
Pasaron un par de clases de educación física hasta que llegó una en la que me tocó estar en el equipo perdedor. Se me cayó el pinche mundo. Me formé hasta el final de la fila tratando de evitar el momento y cuando por fin fue mi turno no pude pasar. Me llegó el flashazo de cierta conversación con mi mamá de que "mi cuerpo era mi templo" o algo por el estilo y que no debía dejar que nadie lo tocara sin mi consentimiento. Menos cuando se trataba de todo mi pinche salón de clases, qué pedo. Hice mi berrinche y le dije a la maestra que no pasaría, ella me dijo que repercutiría en mi calificación y aún con todo lo matada que era me aferré a no pasar.
Ese día en cuanto salí de la escuela se lo conté a mi mamá que, como pocas veces, se bajó en chinga del coche para hacerla de pedo en coordinación. La coordinadora desconocía este famosísimo "Nalgómetro" y le prometió a mi mamá que hablaría con la maestra porque no podía repetirse.
A la siguiente clase, cuando el partido acabó y todos los depravaditos generacionales pidieron castigo para los perdedores, la maestra se aventó todo un speech sobre que el "Nalgómetro" había llegado a su fin porque alguién (dijo volteándome a ver) había mandado a su mamá a quejarse. Yo estaba toda orgullosa de mi denuncia a pesar de estar recibiendo el regaño, y pensé que recibiría casi una standing ovation de mis compañeros. Cuál fue mi sorpresa cuando sólo recibí un par de miradas agradecidas y alguno que otro que entendió la indirecta de la maestra hacia mí, me comenzaron a joder tipo "Gracias, Cecilia, arruinaste el Nalgómetro". Mi reacción no pudo pasar de un "Wow, perdón compañerito enfermo, pensé que venías a la escuela a estudiar y no a que te nalgueara todo tu salón."
Pasó un tiempo para que se les pasara ese coraje y todavía un par de clases exigieron que se aplicara el Nalgómetro. La maestra todavía tuvo el cinismo de un día decirles "Pídanle permiso a Cecilia, no se vaya a ir a quejar". Recuerdo haberlos mandado al carajo en diversas ocasiones, pero ahora a mis malditos 22 años no entiendo qué carajos pasaba por la mente de la maestra, ni de los Nalgometroliebers y necesitaba terminar de sacar ese episodio que es sólo una muestra más de por qué muchos salimos tan dañados de ese lugar. (Sólo un poco).
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