En unas horas vuelo para Cancún y me extraña lo mucho que han cambiado mis sentimientos hacia él. Tengo que confesar que recién me fui estaba extasiada: no más cuatro cines en toda la ciudad, no más plazas estratégicamente divididas por tribus urbanas, no más filas y emoción al límite por la apertura del veintiúnico boliche en la ciudad. Yo amo el DF, Y lo amo porque así me enseñaron desde chiquita, porque mientras allá me sentía atrapada en un huevito, acá siento que un mundo de posibilidades se abren, al menos académica y culturalmente. La primera vez que regresé a Cancún después de haberme venido a vivir al DF, sentí la ciudad aún más tediosa. Sí es bastante más callado y tranquilo pero incluso esa tranquilidad me desesperó al contrastarla con el acelere de la ciudad. Regresar a Cancún ahora se me hace una experiencia surreal. Cancún sin ella nunca va a ser lo mismo. Y más que tedioso, ahora lo encuentro infestado. Infestado de todos los recuerdos que tengo con ella en cada calle, en cada avenida, en cada maldito semáforo de la ciudad. Constantemente sueño que voy manejando sola por la noche en Cancún y que ella se ha perdido en la ciudad. Busco por cada calle pero nunca la llego a encontrar. Estando allá no puedo pararme ni siquiera en un súper sin recordar nuestras pláticas, nuestras bromas y uno que otro regaño bien merecido. Ahora cada vez que vuelvo a Cancún me siento en una especie de letargo, siento que sigo en ese sueño, en ese coche en esa vida. Siento que el sueño es este y la realidad es allá, pero todas las mañanas me toca regresar a la realidad y recordar que esa vida es la que no existe más.
Diseñadora, Comunicóloga y Futura Psicóloga. Pesimista, "brutalmente sincera". Poppera jarcor. Feminista. Disfruta no tan closeteramente del reggaeton y hip hop old school. Necia. Kitsch.
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